Me agitaba por dentro en el aciago infierno
y mi corazón se confundía en la tristeza,
en tanto un mortal desconsuelo me consumía el alma
sometiéndome a la locura de tu ausencia.
La densa noche aguijoneaba mi ánima
que vagaba desolada en un agitado mar de penas
y una inmensa tristeza se adueñaba de mi ser...
que viviría en la perpetua sonoridad de mis poemas.
No podía ver que tu luz se apagaba
cuando ciego de amor me arrullaba en tus brazos,
no supe leer en tus indescifrables ojos
que a una nueva pasión cedías tu regazo.
Fui esclavo y prisionero de todos tus deseos
mientras rompías impunemente tus frágiles promesas,
me entregué a ti con el alma y la vida
y te supe amar como solamente lo hacen los poetas.
De aquel amor inmenso nada evoco,
pues tus pasos se quedaron allá lejos
y solo alguna débil remembranza se presenta
cuando en mis versos invoco un imposible regreso.
Ya no existe aquel hermoso cielo,
que presenció nuestros instantes de calma,
tampoco la etérea luna luminosa
que brilló como lo hacían nuestras almas.
Intento alejarme de aquel viejo tema
e ignoro recuerdos que puedan herirme.
Me hundo en mis cosas atrapando musas
... me enredo con ellas para confundirme.
Y sólo ha quedado de aquello una historia
que ya ni consigue arrancarme una pena,
pues quedó en un tiempo, lejano, perdido,
que a veces recuerdo... en algún poema.
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Jorge Horacio Richino.
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