Cuando me vaya, algún día,
hacia la noche oscura y tenebrosa,
si pudiera llevarme alguna cosa,
su risa me llevaría
y ese encanto a flor de piel,
que llenó de suspiros mis anhelos,
el causante de todos mis desvelos,
me llevaría también,
pero la parca, alevosa,
me ha de privar de su risa y encanto
y no podré escuchar el dulce canto
de su voz maravillosa.
Tampoco podré tener
la luz serena de sus lindos ojos,
que abiertos son dos faros luminosos,
que me ayudan tanto a ver.
Gozará la suave brisa
besando su piel, ansiada delicia,
y si ella sonríe al sentir la caricia,
me perderé su sonrisa.
Si al igual que cada día,
acude a deleitarme el ruiseñor,
llenando mi morada de esplendor,
ya no oiré su melodía.
Y se apagará conmigo
la nostalgia sutil de tantas horas
inciertas del futuro aquel de otrora
que no se llevó el olvido.
La vida, de igual manera,
sin mi proseguirá su ciclo eterno,
volverán, tras las nieves del invierno,
las flores en primavera.
Seguirá alumbrando el sol,
y saldrán por la noche las estrellas
no saldrán ya por mi, saldrán por ella
y cantará el ruiseñor
y nacerá un nuevo día
y, ya sin mí, otra vez, por la mañana,
temprano entrará el sol por mi ventana,
que nunca más será mía.
© Xabier Abando, 04/04/2017