Como el cielo y como el sol
fui tan sólo un espectador
de los dos amantes que pecaban en secreto,
que se amaban por momentos.
Pues mi mirada lo vio primero a él,
desde mi ventana bajo la puesta de sol,
escondiéndose detrás de un naranjo
sin miedo a ser lastimado, desgarrado,
pero a la espera de su princesa.
En la radio sonaba la melodía perfecta
junto al peculiar espía al acecho;
quien yo, mi Señor, he de pedirte
que al enamorado no castigues
y al cazador en tus brazos lo perdones.
Entonces ella se entrega a la libertad
sin miedo a ser descubierta y
sin pena a ser desangrada,
pues en estos campos el amor renace
y en la noche el placer florece.
Mientras corro la cortina pienso,
qué dicha ser aquél viajero
que sin miedo naufraga al amar;
y mientras me acuesto recuerdo,
sintiendo las cicatrices,
el momento que nunca llegó.