En el salón, el fuego era artificio,
pero bien prendió aquel primer beso,
por el que aún camino rendido y preso
y me arrojo presto a tu precipicio.
Me hiciste mudar en loco de oficio,
asesino de la razón confeso,
de rufián cabal, a galán sin seso
ansioso por tu mano que codicio.
Requiéreme y cruzaré el continente,
que por aquel beso te daré ciento
y si lloro por tu mirada ausente
no maldigo tan puro sentimiento,
que quien quiere amar ha de ser valiente
y aún animoso en el postrer aliento.