Anoche recostaba mis mejillas
sobre un banco
-“tan frío como tu alma”,
los que no me conocen dirían-,
perdida entre las tantas estrellas
reflejándose en mis pupilas.
Escuchando a mi lado
el misterioso canto del mar,
la melodía del choque de fuertes olas
a un ritmo perfecto.
Respiraba (apenas).
Sentía el aire entrar lentamente a mi cuerpo
mientras mi alma lloraba.
Sentí paz.
Torné mi mirada al mar.
Sentí miedo.
Aguas oscuras, profundas e infinitas
esperándome,
llamándome a descifrar
los secretos que
silenciosamente guardan,
invitándome a buscar
los poemas que
Alfonsina no encontró.
Y perdida estaba
entre los recuerdos del turbio ayer
y la incertidumbre del mañana,
entre los deseos de querer ser
y las estupideces que me impiden
vivir con ganas.
Perdida estaba
entre el navegar en las lágrimas
que caen y mueren
y el constante engaño a todos
(y a mí misma)
que soy feliz porque sonrío,
aunque todo me duele.
Y perdida
en el dilema
de ser y no ser,
de estar y no estar,
finalmente entendí
Que perdida estaba,
Perdida estoy,
Perdida estaré.
Para siempre y por siempre perdida
de la vida que nunca quise,
de la persona que nunca planeé ser.
Perdida y sola
me voy a buscar
lo que en esta vida no encontré.
No me busquen,
Que no volveré.
Y aunque regrese,
no seré yo quien estaré.
Adiós.