Dedicada a Francisco Miguel
Por Gaviota Romero Blandino
Voy paseando por la playa.
El viento me trae olor a marisma.
Mis ojos fijos en las olas, que mueren a mis pies.
Sorprendida veo que las olas dejan cenizas en la orilla.
Entonces, viene a mi memoria el día que me dijiste.
Cuando yo muera, quiero que me quemen,
y mis cenizas las esparzan por el mar.
¿Pudieran ser sus cenizas?
Si lo son, ¿es esto lo que ha quedado de un ser que vivió haciendo
de su vida la poesía, de la poesía toda su ilusión?
Tú viste miedo de un sepulcro, de la oscuridad del silencio.
¡Amigó mío! Puedes estar vivo, y vivir en oscuridad y silencio.
Lo que hallas de hacer, hazlo ahora, que puedes si todavía vives.
Pues, a donde todos vamos, no hay salario, ni recompensa, por lo que fuiste.
Cenizas, o sepulcro, ¡qué más da!
El viento sopla más fuerte, y las olas se llevan de vuelta las cenizas,
es como si el mar, no quisiera dejarlas solas.
Unas lágrimas resbalan por mi rostro; y en ese
momento recuerdo un poema.
La muerte, es no tener más salario en la vida.
La muerte, es estar durmiendo, hasta que Dios te despierte.
La muerte, es estar dormido, y no sientes, ni padeces.
La muerte, es lo contrario de la vida.
La muerte, es donde todo el mundo va, sin que nadie se lo diga.