Amada mía...
Te he dedicado los colores de la verdad y las caricias de la felicidad.
Pero no bastan.
No hay manera de complacerte.
He probado de todo para provocar una sonrisa en tu rostro y no veo brillo en tus ojos al despertar.
Sé, después de todo... Que no soy tu amado, amada mía.
Sufro de deseos y realidades crudas.
¿Qué soy ahora?
Sólo soy un hombre mendigo de amor,
que espera a su dulce amada en el mismo lugar en donde ella lo dejó.