Escribo en el pabellón de ataúdes rotos
en el calabozo de muros cadavéricos
y junto a las celdas que se tiñen con el tiempo.
deambula consumado y lerdo mi espíritu espectro.
Me rodean enfermas pieles: inertes, toscas;
de entre ellas un líquido morboso apagado
por pasillos laberínticos fluye disperso
donde huesos y cráneos configuran estos muros
y el hálito devorado por la muerte sueña.
Ciegos. sordos. mudos para siempre
de una boca de puros huesos fluye
acompañándonos en soledad, miserable soledad triste y sorda
un río clandestino de lágrimas secas.
Escribo desde el pabellón de muros mohosos
donde una letanía infinita marcha eterna
y acalorados fervientes trinos al silencio engullen como al sabio el tiempo destierra.
y de los lamentos tristes pieles se alimentan
como el viento que respiran la desgracia aprecian
mientras sus corazones pálidos pausados
(lágrimas rojas, rio lamentable) caen sin cuenta hasta la última gota…
Ciegos. sordos. mudos para siempre
de una boca de puros huesos fluye
acompañándonos en soledad, miserable soledad triste y sorda
un río clandestino de lágrimas secas.
Escribo en tierra de nadie, en ninguna parte:
le digo a un esqueleto
¿cómo volverte viejo?
y le explico de palpitantes corazones
al hueco oscuro donde un martilleo yace ausente.
Y las toscas pieles con cuencas de abismo
siento que miran este antro enfermizo
que, en resumidas cuentas
a los poetas sabe exquisito.