Con lujuria y soberbia te idolatré,
y me perdí en la gula de tus encantos,
y me humedecí con tus secreciones,
y suavicé mi avaricia con la presencia de tus caricias
hasta ahogarme en el mar que alivió mis tribulaciones,
me sentí el pasajero de ese viaje incondicional
en que algo así como el perfume sutil de las rosas
llegó a mi sentidos despertándome ese apetito con ira incontenible
en ese tácito acuerdo en que dos almas se devorarían mutuamente,
y lo harían hasta con el aliento que respiraban,
y mis demonios internos me enloquecían en ese afán desenfrenado
por devorarte,
y te introduje en mi llenando con tu deseo mis entrañas,
y entraste en mí
como entran esos perversos pensamientos en una mente desquiciada,
en una escena tan desaforada y tan ávida de tu alma.
Que para devorarte demasiada ansia me sobró,
solo deseaba en hacer de ti el banquete a mi pretensión,
desde que te descubrí solo viví para saciar mi sed y mi hambre con tu deseo
despertando la envidia del mundo,
no podía alejar mi avaricia de tus encantos,
sentía esas ansias incontrolables en la distancia cuando te alejabas,
y simbolizaba tu presencia revolviéndome en la nada
de lo único que percibía de tu ausencia,
solo podía respirar ese exquisito olor
que manaba de las delicadas fibras de tu carne,
y me sentí como aquel pájaro que vuela sin un norte conocido,
siguiendo solo el rumor de tus latidos
para llegar hasta lo más recóndito de tus caricias
y humedecer mi resequedad en los recovecos de tu intimidad
continuando con la magia y la esencia de lo que algún día sería
y dormirme en la pereza de haberte consumido hasta la saciedad,