juan sarmiento buelvas

PECADOS CAPITALES.

 

Con lujuria y soberbia te idolatré,

y me perdí en la gula de tus encantos,

y me humedecí con tus secreciones,

y suavicé mi avaricia con la presencia de tus caricias

hasta ahogarme en el mar que alivió mis tribulaciones,

me sentí el pasajero de ese viaje incondicional

en que algo así como el perfume sutil de las rosas

llegó a mi sentidos despertándome ese apetito con ira incontenible

en ese tácito acuerdo en que dos almas se devorarían mutuamente,

y lo harían hasta con el aliento que respiraban,

y mis demonios internos me enloquecían en ese afán desenfrenado

por devorarte,

y te introduje en mi llenando con tu deseo mis entrañas,

y entraste en mí

como entran esos perversos pensamientos en una mente desquiciada,

en una escena tan desaforada y tan ávida de tu alma.

Que para devorarte demasiada ansia me sobró,

solo deseaba en hacer de ti el banquete a mi pretensión,

desde que te descubrí solo viví para saciar mi sed y mi hambre con tu deseo

despertando la envidia del mundo,

no podía alejar mi avaricia de tus encantos,

sentía esas ansias incontrolables en la distancia cuando te alejabas,

y simbolizaba tu presencia revolviéndome en la nada

de lo único que percibía de tu ausencia,

solo podía  respirar ese exquisito olor

que manaba de las delicadas fibras de tu carne,

y me sentí como aquel pájaro que vuela sin un norte conocido,

siguiendo solo el rumor de tus latidos

para llegar hasta lo más recóndito de tus caricias

y humedecer mi resequedad en los recovecos de tu intimidad

continuando con la magia y la esencia de lo que algún día sería

y dormirme en la pereza de haberte consumido hasta la saciedad,