Pasea la tarde,
su sien en llamas,
vestida de negro
desde la montaña.
Las ideas se arremolinan,
se retuerce la mirada,
como raíces de un olivo,
que se clavan en el alma.
Camina la tarde
de sombras calladas,
vestida de negro
con el cinto malva.
Tres yerros trae mi hijo,
tres llagas lo envenenan,
tres errores que lo espetan,
tres jirones, tres duquelas.
Trota la tarde
hilada de plata,
mantilla de negro
y tres rosas bordadas.
Ya no está la vida viva,
ya tiene la vida muerta
la vida viva se ha ido,
por la viva herida abierta.
Corría la tarde
de sombra alargada,
vestida de negro
desde la montaña.
Maridaje de oropeles,
sobre el suelo prospera,
cuando en un brote de mieles,
la muerte, se lo lleva.
...y en su cara de nácar,
se mira la luna,
la tarde ya es noche,
de negra negrura.
Nueve candiles lo llevan,
a través de la dehesa,
a penas tocando el suelo,
levitan sobre la yerba.
Golpea el badajo,
el rielar de la esquila,
rompiendo el silencio
de la comitiva.
Yace azul en el centro,
a la luz de dorados cirios,
sobre el pórfido rojo, el lamento,
crisantemos, claveles y lirios.
La cera se funde,
transcurre el tiempo,
y perfuma la estancia
con olor a incienso.
Al alba, los laudes traen
un cántico de cancelas,
que cierra la puerta a la carne
y la abre a la vida eterna.
El sol joven,
calienta las piedras,
y seca el llanto,
de las tristezas.
Vuelven al polvo callado,
de un inmenso desierto,
como decía el poeta,
que solos se quedan los muertos.