Moriré en un tierra que no me vio nacer. Que generosa me abrió las puertas, pero jamás entenderá a fondo mi forma de ser.
Muchos años atrás extendía mis alas y volaba lejos a otros paisajes, otros aires, otras costumbres y culturas.
No puedo negar que eso me ha enriquecido y tanto, pero en el fondo la nostalgia de la tierra madre está. En ocasiones se hace tan presente que hinca sus afilados dientes, arrancando un candente suspiro que es apagado con abundantes lágrimas.
Oteo el mar. Mi mirada se pierde al horizonte, allá lejos están mis amigos, mi padre (mi madre ya la he perdido. Duele aún su ausencia) mis hermanos, sobrinos, una tierra que se desangra bajo el peso de la injusticia.
Patria, vocablo que evoca olores, sabores, sentimientos, sensaciones, recuerdos.
Cierro mis ojos y me veo correr por las orillas del caño Manamo, mientras admiraba las curiaras que surcaban sus caudalosas aguas.
Evoco el recuerdo de mi madre haciendo las empanadas, las arepas, el arroz (aunque lo haga jamás me queda como el de ella), el pabellón criollo, el dulce de leche o lechoza. Sus abrazos, sus besos, su cariño.
Mi padre en su labor, su sonrisa, sus chistes, su buen humor.
Los atardeceres Deltanos con su multicolor y el cantar de los araguatos en la lejanía.
El olor a café en al mañana, a pan recién hecho, la voz que me despierta para enfrentar la jornada. Las calles de mi Tucupita querida, la generosidad de su gente, la humedad de su clima junto con su paisaje selvático único y admirable…
Dolorosa la distancia, pero también refuerza, tempera el alma.
Orgulloso de mis raíces, de ser venezolano, de mis orígenes en una tierra extranjera a quien siempre estaré agradecido.