La tarde otoñal,
huele a pecado,
la hierba arde
allá en el prado,
dos cuerpos agitados
entregados al placer,
amagan las luciérnagas,
revelar su existencia,
miles de caricias,
y ningún juramento,
miles de besos,
todos prohibidos,
y no es pecado,
es un amor
demorado,
por insolencia,
un amor de
furtivas miradas,
y pieles encendidas,
por roces al pasar,
imposible evitarlo,
doblaron los barrotes,
y ardientes deseos,
brotaron de sus cuerpos,
se detuvo
el tiempo,
y comenzó
el festejo,
que primero ella,
que primero él,
que bien juntos
a la vez,
exquisito
apareo,
de doble
fruición,
tiembla la tierra,
cruje el cielo,
y no es tormenta,
es un cataclismo de amor.
Víctor Bustos Solavagione