No sé, pienso, me importa un carajo el físico de las mujeres, que tengan los senos como melones o como pasas de higo, un cutis de ceda o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar pierden el tiempo las que pretendan seducirme.
Esa fue —y no otra— la razón de que me enamore tan brutalmente, Carmen María.
¿Qué me importaban sus regaños por tareas y sus arranques de chicha sulfurosos? ¿Qué me importan sus sueños de viajar y sus miradas de pronóstico reservado? ¡Carmen María eres una verdadera pluma!
Desde el amanecer vuelas del dormitorio a la ducha, vuelas de la ducha a la cocina. Volando se preparaba el cabello, la comida, los zapatos. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese volando del trabajo o de paseo por los alrededores! Allí a lo lejos, perdido entre las nubes, un puntito morenito. ¡Carmen María!... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus bracitos de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas nos anidábamos en una nube, como dos diablillos y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera... aunque me haga ver de vez en cuando las estrellas. ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes, la de pasar las noches entre sus brazos!
¿Verdad que existe una diferencia sustancial entre vivir con usted o sin usted? amorsh que se sienta mal por comer de vez en cuando?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender eso, porque soy un tragón, usted es mi amor mujer dragoncillo y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando contigo!!