Quién ha dicho que el tiempo es inconsistente y cruel, está ciertamente equivocado. Lo que si es verdad, es que los años pasan y la vida recae y nace y muere a su antojo.
El tiempo alcanza, tanto para vivir como para llorar de ternura. Por supuesto también, para reír y hacer el amor dos veces en la mañana y de vez en cuando tropezar con una hormiga presa de su trabajo y libre de su destino. La pobre hormiga, a la que siempre por curiosidad le pregunto por su estancia en la pared, me ha hecho entender que hay que vivir y sopesar la muerte de ese señor que me amarga cada vez que me miro al espejo creyendo estar viejo.