Un extraño misterio me condujo
al supremo deleite de encontrarla,
se anegaron en mi alma, al observarla,
las divinas delicias de su embrujo.
Y sentí del amor su fresca brisa,
y viví de pasión lo mas sagrado,
disfruté de la luz de su sonrisa
en su rostro precioso, inmaculado.
Como alumbran los cielos despejados,
alumbró mis senderos tan sombríos,
era sol, que con rayos muy dorados
le quitaba a mis días cruentos fríos.
¡Cuantas veces besé su tersa frente
con el místico beso enamorado!
Yo la quise de forma tan ardiente
como nunca jamás había amado.
En sus ojos serenos yo miraba
esa gracia perfecta que cautiva,
en delirio supremo comparaba,
sus pupilas, con lámpara votiva.
Ella fue de mis horas la ternura
que inundara mi espacio de alegría,
con sus labios repletos de dulzura,
el calor de sus besos me ofrecía.
Sus palabras tenían la armonía
de lo puro, lo bello y lo glorioso,
eran dulces, y en ellas se sentía
dulce trino, sensual y melodioso.
Olvidarla sería gran pecado
pues me dio del amor sus frescas rosas,
en su cuerpo lozano y satinado,
yo aspiré sus fragancias olorosas!
Autor: Aníbal Rodríguez.