¿Por qué no escuchamos el silencio
que grita y se escabulle entre el hilo
titere de las hojas amarillas
tan altas como las estrellas?
Por qué... No entiendo.
Ese debatir del dolor en las heridas
rojas, color carne aún abiertas
insistiendo en abrirlas más y más
con el choque rutinario de las palabras.
¿Por qué sigue ahí esa terquedad
entre el pecho y el alma?
¿Qué nos empuja a revivir pendejadas
para volvernos ciegos y sin esperanzas?
Sabiendo la puta realidad
somos sólo puterías
espejismos de perplejidad
apuntando al sol con mentiras.
Nos vemos a los ojos.
Te preguntas por esto y lo otro
buscas la misma salida
sin importar la inquietante respuesta
no hay vida más negra que la mala conciencia.
Buscamos como el marinero ciego
la fortaleza en mar abierto,
surcamos envidias caníbales
somos menos que animales.
No me gusta.
Que charlar se vuelva más crudo.
Que el secreto se haga noticia.
Que la intimidad sea indecencia
y por demás la iglesia un lujo.
O lo que es lo mismo.
Discutir por migajas
que hormigas más aptas que nosotros
contemplen matarnos a todos
y al final quedemos reducidos como ellas.
¿Por qué seguimos a la muerte
si ella misma no te ha seguido?
No has muerto por distraído
quizá mueras de hambre