Anton C. Faya

UNA MANZANA

 

 

UNA MANZANA

 

Y sucede. Ese día que libramos montones de batallas en simultaneo y no concluimos una, o cuando le asestamos, sin esperarlo, otra magulladura al corazón, sin triunfos a cuestas, sin motivo para el festejos. Es justo ahi, cuando, implacable, silencioso y desesperante nos visita el insomnio.

Esas noches, la cama se nos muestra como de vida propia, imposible imaginar si es ella que se bate o son nuestros brincos. Los duendes incordiosos cargados en la testa ganan holgadamente la batalla contra las pobres ovejas que corretean en bandada y no hay quien las cuente. Pensar en dormir, suena tortuoso. Pasan las horas y cerca ya de comenzar de nuevo la faena, parece todo perdido. De pronto, ya casi rendidos, una idea cobra vida, un feroz ataque al refrigerador. A tientas, no sin ahorrarnos tropezones, mirando la hora, abrimos la puerta, se enciende la luz, revisamos cada estante y ahí a un costado, una manzana, muy roja, brillosa, con una imperceptible transpiración en su piel, se nos presenta como una revelación. Religioso ritual el de pelarla, el filo del cuchillo, como enfocado, acaricia su pulpa, un sonido húmedo y armonioso hace revolución en las papilas. Fresca al tacto, y ya en el instante que nos visita en la boca su crujir y su sabor ejecutan a dúo sinfonía, es néctar en esa madrugada, una manzana, el fruto del bien y del mal que condeno al pobre Adán. La magia sanadora de la naturaleza no es dado. Lentamente, cada quien ocupa lentamente si sitio en nuestra cabeza. Mansos los duendes y las ovejas, paz en las batallas y cicatrizado el corazón, es nuestro tiempo de dormir.

Una manzana, para los que añoramos por la noche el roce fragoroso de los cuerpos.

 

A.C.F – MAYO DE 2018

ARGENTINA