La justicia me ha llegado a importar poco
porque el humano al final es quien lo rige todo.
Imperfecto como su cuerpo y la visión de su tiempo,
cruel como sus acciones y sus preocupaciones.
Intenciones adaptadas a un mundo de almas parias,
desigualdad es lo que dice arriba de la entrada,
y
cómo explico que el dinero no vale nada,
que en el más allá todos somos ratas.
Y con quién me molesto si veo un niño enfermo,
a quién le reclamo una muerte dolorosa,
y
a quién llamo si el padre del niño muerto llora.
Cómo consuelo lo inconsolable,
cómo arreglo lo incorregible.
A quién quejo las injusticias de la vida,
a quién increpo la culpa de mi ira.
Quiero gritarle al eterno silencio,
quiero escribirle al mudo eco.
Quiero respuestas que son prohibidas.
Las perseguiré y cruzaré la línea de la vida.
¿Cómo es la mano del azar?
Esa que decide que vida tendrás.
¿Será una mano embriagada de casino?
¿De juegos lujuriosos y poco finos?
¿Será una mano cruel que busca revancha?
¿O un jugador que no quiere irse a casa?
Por qué no un adicto al juego, que siempre pierde y es necio.
Cada pérdida es una vida miserable,
y cada ganancia una vida aceptable.
Lástima que quiere seguir jugando,
esperemos que se aburra y que no hayan más humanos.
O que cambie de mano y pruebe la suerte
de encontrar la cura para no sufrir por la muerte.
No regresaré de allá hasta saber mis respuestas,
mi próxima vida estará llena de certezas.
Pero por mientras, ¿Con quién me quejo?
Del niño muerto y de su velorio pagado
con su padre saciado de hambre y ahora endeudado.