Vinimos a soñar,
ella, tú y yo,
dichosa terna,
rotas las uñas de arañar el silencio
y el revés del cristal
del azogado espejo.
Dentro del laberinto
jugamos y crecimos,
porosas e inciertas,
curiosas y abiertas
al azar del destino.
Y la luz de los días
fue perfilando el trazo,
esculpiendo los rostros,
estrechando los lazos,
describiendo contornos
de límites franqueables
sobre los que saltar,
con los brazos en alto.
Y por eso,
cada vez que salto
y me lanzo al vacío
y lo siembro de vida
y de colores nuevos,
me parece que vuelvo
desde el fondo del sueño
que fue aquel principio.
Y os invoco en la sombra
y la humedad de la tierra.
Y volvemos a ser aquella terna.