Hija, ante la espera de que concluya la reforma del parque de los patos y lo vuelvan a abrir, hemos estado buscando otros lugares donde puedas recrearte. Y al final he optado por el parque del barrio donde pasé mi adolescencia. Conozco ese parque como la palma de mi mano y tenía ciertas reticencias a regresar allí. Si puedo evitar tener que pasar por donde se agudiza mi melancolía, así lo hago. Pero en este caso, no se me ocurría otro sitio mejor donde ir. Si bien la zona de juego de niños es mas reducida que en el parque de los patos, su extensión es similar e incluso puede ser que la vegetación sea más variada y hay mas flores. Tras meditarlo unos días, decidí que había llegado la hora de hacer una sesión intensiva de terapia de choque y te llevé. Antes de llegar al parque, te propuse dar una vuelta por unas calles que tantas veces he recorrido. Tú aceptaste. ¿Me coges papá? Mientras alzabas los brazos. Ya sabes que sí hija, que para mí no hay mayor satisfacción que llevarte en brazos.
Se trata de un barrio proletario situado en el extrarradio de la ciudad, que fue especialmente castigado por el terremoto de 2011. La clásica urbanización en la que la mayoría de sus vecinos son trabajadores de clase media, hasta el punto de que sus calles tienen el nombre de diferentes oficios. Iniciamos nuestro paseo en la calle Jardineros y en sus balcones lucían altivos los geranios. Perpendicular a esta discurría la calle Herrería, en la que un día se forjó mi madurez. Luego pasamos por la calle Repostería sin dejar de deleitarme con la dulzura de tu voz. A continuación enlazamos con la calle Costureras, sus aceras se iba entretejiendo con mis recuerdos.Y esta entroncaba con la calle Fontanería, que nos condujo, tras doblar un recodo tubular, al parque. Mientras callejeábamos, yo te iba contando mis batallas de juventud y tú permanecías tan atenta como de costumbre. Aunque la esencia del barrio sea la misma, para mí todo había sufrido un cambio radical en los 20 años que han transcurrido desde que me fui. Donde había una zapatería artesana, ahora hay una agencia de seguros. Donde una tienda de ultramarinos, un comercio de telecomunicaciones. Donde una mercería, un local de apuestas. En la parcela donde jugábamos a las canicas, han construido un bloque de pisos. Y en la plaza donde estaba el quiosco en el que comprábamos pipas de girasol, y cuyo dueño nos relataba historias tan interesantes, no queda ni la señal en el suelo. Hija, por un momento me sentí como un león que sale de la sabana y al tiempo regresa y se encuentra una selva.
El parque no ha sufrido grandes cambios, diría que las porterías y las canastas de la pista donde jugábamos al fútbol y baloncesto son las mismas de entonces, repintadas varias veces. Vi a un antiguo amigo y me puse a conversar con él, comentándole la transformación de la zona. Hija, no te hace mucha gracia que me ponga a hablar con la gente, y gesticulas y me hablas reclamando mi atención. Yo solo tengo ojos para ti, ángel mío, y cuando no estamos juntos ocupas mi pensamiento.
Mientras jugabas en el parque sucedió un hecho insólito, esto si que no lo esperaba. Y es que de repente pasó por delante de mí una ardilla. Es increible, una ardilla en un parque de ciudad. No las había cuando yo vivía allí. Una mujer me dijo que había varias aunque no supo contestarme a la pregunta de si las han traído o han llegado ellas solas. El caso es que allí están y parecen haberse acomodado a vivir entre las personas, que les echan de comer. Hija, cuando te advertí de la presencia de la ardilla, saliste corriendo, junto a varios niños, detrás de ella. Os pudisteis acercar tanto que casi llegabais a tocarla, hasta que se subió por el tronco de un pino y os quedasteis mirando hacia arriba, la vi saltar del pino a una palmera y se quedó allí comiéndose un dátil. Luego bajó por el tronco de la palmera y volvisteis a perseguirla. Parece como si estuviese jugando con los niños, es impresionante.
Desde esa primera visita, hemos vuelto varias veces y seguiremos yendo. Quizá si no se hubiera dado la circunstancia de la reforma del parque de los patos, no te habría llevado allí. Por eso es cierto que a veces no hay mal que por bien no venga, y este es un claro ejemplo.