Sabías de tiernas caricias y dulces palabras,
del diario ajetrear entre tantos niños…
De una nueva espera por un hijo nuevo,
y ya contaron ocho.
Sabías secretos de ollas vacías a las que ponías
amor y silencio, entre alguna papa y un maíz muy blanco.
Supiste que enclaustra el viento y la angustia en la Patagonia
y la abundante nieve congela hasta el alma.
Y fueron tus manos las que amasaban pan en cada día
con aroma a vida que iba llenando la casita pobre,
para repartirlo entre hijos con hambre
y si alguna miga acaso sobraba, acaso comías.
Supiste hacer frente a las soledades en ranchos de adobe
de páramos toscos, cuando nuestro padre partía en silencio
para hendir las tierras de algún estanciero, por pocas monedas
o el sabor amargo de volver sin nada.
Tu suave sonrisa sigue aún presente,
tu imagen
grabada por siempre en tus hijos.
Pequeña y modesta, buena y laboriosa,
“mami” te llamamos, “mami” te lloramos,
y por siempre “mami” te recordaremos,
entre lagrimones como estos de ahora,
o en la alegría de haberte amado.
Te fuiste callada, como tan callado es nuestro desierto.
Tu cuerpo chiquito se fue desgastando y en tropel llegaron
últimos recuerdos, uno especialmente, cuando junto a un río
te enamoraste del querido viejo y juntos vivieron hasta la partida.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.