Ayer me compré alpargatas.
Rositas y bien baratas.
Me costó mucho encontrarlas;
después de mucho buscarlas
cuando ya estaba cansado
las ubiqué en un mercado.
Muchas cosas me decían
todos los que me atendían:
Que ya nadie las fabrica,
que el que las usa es marica,
que hoy se llevan zapatillas
con cordones, sin hebillas,
y me ofrecieron de marca
¿Creerán que soy jerarca
por el precio que tenían?
Y las ofertas venían:
¡Éstas son “Torppe”, señor!
¿O estas “Adedos”, mejor?,
decía la señorita,
que, de paso, era bonita,
con ojitos de aceituna
una sonrisa de luna,
una cadera infartante,
y ni hablar lo de adelante.
Pero allí, en un baratillo,
maloliente y amarillo,
entre teteros y tangas,
calzones y otras mil gangas,
un perrito, hasta dos gatas...
¡Estaban mis alpargatas!
(Continuará…)
¡MENTIRAS!
No voy a hacer una saga
porque mi inspiración vaga
y me tiene medio loco
desgastándome de a poco
al punto de no sentir
ni ganas de sonreír.
Ya no sé si vengo o voy,
pido disculpas por hoy,
a la crítica ante todo
por chamuyar de este modo:
Mañana será otro día,
si no ocurre todavía
que me aprisione el bajón
y me tome un gran porrón
que me duerma una semana
(¿y si llamo a la fulana?)
La desazón es que no hallo,
(y por eso no me callo)
la forma de terminar,
tanto remar y rimar
para no ir a ningún lado,
menos aún acostado,
luciendo mis alpargatas.
(Les debo la fe de erratas)
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
Chamuyar, chamuyo: según la RAE: (coloq., Argentina y Uruguay) palabrería que tiene el propósito de impresionar o convencer.
Para mí es del lunfardo.
(Imagen de la web)