Te he soñado como una princesa
vestida de plata, con fina simpleza.
Al abrigo de tus suaves ojos de amor
mi corazón se halla tranquilo
tejiendo, con invisible hilo,
entre besos y besos, un poema de amor.
Los cisnes, en silencio, nadan y juegan,
a la vez que entre ellos alegan
cuál cortará la flor para tus ojos sin fin.
Pero se les ha adelantado mi mano
al caminar por detrás del manzano,
para entregarte con ella mi interno jardín.
Graciosas y firmes, con gran belleza
surcan tu rostro con sutil ligereza
dos ígneas hileras del más puro cristal.
Adornos son de tu bello equipaje,
visto por todos como el íntimo traje
que hace de ti una mujer de sangre real.
Sola te ríes, bajo las estrellas,
que van trazando sus huellas
en esta noche que parece más irreal.
La luna se pierde en tu blanco vestido,
que parece ser finamente cosido
de un elixir puro y un sabor celestial.
Los árboles, silenciosos e inmóviles testigos,
nos dan su sombra como abrigo
y sus miríadas de hojas son un suave calor.
Otros nos miran, y solos nos dejan,
mientras Orión con furia se aleja
al escuchar el latido de nuestro canto de amor.
Ya no te miro como una princesa.
Eres la reina que emerge con ligereza,
vestida con fuego en tu río interior.
Y yo, entre místicos cisnes, soy el poeta
que corta la flor, para correr como atleta
y dejar en tu alma este poema de amor.