En el pretil del tiempo.
Se asoma el verso.
Curioso y atrevido,
como un niño travieso.
Azotada su cara,
por el variable viento.
Inconforme y rebelde,
Se inclina hacia la sima,
de los viejos recuerdos.
Respira jadeante,
con asmático aliento.
Se atropellan las notas,
salidas de su centro.
No repara en premisas.
No acepta los acuerdos.
No descansa la vista,
en banales panfletos.
Ni se ciñe a las normas,
de su propio intelecto.
A horcajadas navega,
como un viejo velero.
En las rebeldes olas,
de la mar de sus sueños.
El letargo le sume,
en profundos conceptos.
Adornados con flores,
de terciopelo negro.
No conoce el descanso.
Dando tregua a su ego.
Que tozudo se impone,
sin el menor respeto.
En los huecos que deja,
la inconsciente rutina.
Bordea la pantomima,
para dejar su esencia.
Esquivando las piedras,
que le pone la vida..
Apela a la conciencia,
que concienzuda alerta.
Que desea acorralarle,
con premisas y metas.
Driblando los zarpazos,
que pretenden turbarle.
Severa y circunspecta.
Se desprende del vicio,
de cumplir con las reglas.
Sumergido en ideas,
sin disciplina ajena.
El respeto es su signo.
Lo que digan las letras.
Que torturan su mente,
de infinitas maneras.
En el pretil del tiempo.
El verso se recrea.
En las alas se aleja.
Como la polvareda.
Que levantan las rimas,
cuando llegan a tierra.
Versos de vida ungidos,
entre los recovecos.
A. L.
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