Querida madre te escribo
desde la inmovilidad, desde el silencio
desde esta larga ausencia,
desde el ostracismo, desde el espacio
mas denso y espeso de la niebla.
Es improbable que me leas
que te acerques a estas líneas imaginarias
a estos trazos de mi meridiano pasado.
Tu no das fe a lo que escriben,
sientes como se adormece tu
parpado por tanta tinta negra erecta.
Mas consiento que debo escribirte
y redimir el flaco favor de extrañarte.
Recuerdas la flor roja ermitaña
que siempre robaba para ti de los patios
de las casas vecinas. Me hubiera gustado
que luzcas una en mi día de velorio
pero seguramente olvidaste ese detalle
que me acercaba a ti como tu enamorado.
Hoy lio desde el pasado
reencontrando tus pasos y los míos.
No pude despedirme en mi
abrupta agonía. Supe que estuvisteis
pero fue tarde para mi.
Apenas si escuche tu voz
como en lejanía.
Ya mis fuerzas me habían abandonado.
La barca de la despedida iba errante
camino a no se donde.
Tú la que me concebisteis, tú la que
heristeis en tu vientre con la rosácea
macula de tu desamor, trastocaste
en primor cuando me vistes nacer.
Se que no me esperabas y esa era tu angustia,
sabías mi historia antes de mi nacimiento
por eso llorabas el dolor del arrepentimiento.
Perdóname por no haber
sido el hijo que soñasteis
Miles disgustos te di que hicieron
renegaras y sentenciaras
con palabras premonitorias
donde terminaría mi existencia.
Al final fueron lapidarias
y la crucifixión de mi cuerpo
envilecido por los tóxicos
volvió al polvo, porque del polvo
fui tomado y al polvo volví.