Elegía de Octubre
Cuando era niño perseguía las torcazas
y a las alondras en la ciega mansedumbre.
Me ilusionaba el rosicler de la mañana
y la tierna querella del viento con la cumbre.
Y yo miraba obnubilado al sol ardiente
proyectar visos al través de la ventana;
los arrullaba entre mis manos, y en mi frente,
su calor… mi sol temblando me musitaba.
Un ansia infinita me enardecía el llanto;
algo en mí exigía a gritos conocimiento,
inquiría en las muertas noches llenas de encanto,
saberlo todo fundía mi pueril aliento:
¿Por qué la entraña del cielo es azul de día?
¿Qué misterio oculta la bóveda celeste?
¿Cómo sustenta el mar ondeante su energía?
¿A dónde se van las sombras cuando anochece?
-Niño incauto, ibas bogando en tu esquife infantil
sobre las aguas de tu candidez augural,
nadie te dijo lo que yo he de decirte aquí,
nadie te dijo sobre tu virtud la verdad:
\"Bienvenido al cielo de los monstruos,
bienvenida coraza de empatía,
bienvenido cándido convólvulo,
bienvenido... al trajín de la vida.
La decena de este octubre será del año tu fatiga,
y el llanto que ahora ejerces va ser tu lampo en el silencio;
semejarás entre los monstruos a una pluma suspendida
que va ondeando simplemente y sin impulso con el viento.
Bienvenido al cielo de los monstruos,
bienvenida coraza de empatía,
bienvenido cándido convólvulo,
bienvenido... al trajín de la vida.”
¡Daría todo! por ceñir el cielo estrellado
y la noche intensa como por primera vez,
buscar mi sombra inmóvil, en paz y sosegado,
y al no encontrar nada, extrañar el rosicler.
Qué no daría por vivir los días mayores
aturdido entre el éxtasis de la ilusión;
perseguir torcazas entre coloridas flores
y por arrullar de nuevo un rayito de sol.
Y lo que daría por poder parar el viaje
y con inmortal anhelo verlos otra vez:
al viento soberbio de arcada incansable
que embiste a la cumbre y su inamovible fe.
Qué no daría por ignorar del mundo todo…
por no entender en el cielo el fulgor del cian;
y por creer que un día, con su impulso ignoto,
de bombear mareas se cansaría el mar.