Luibarca

AMISTAD

Lo primero que ve María al regresar a casa una vez finalizada la jornada de trabajo, es a su hijo Roque haciendo los deberes sentado en el sofá del salón y apoyado en la pequeña mesa de centro.

Hace un mes que se trasladaron a esta nueva ciudad, dejando atrás amistades, familia y un marido y padre que hace tiempo que dejo de ejercer como tal.

La adaptación a esta nueva vida no está siendo fácil. Roque es un niño tímido que acaba de cumplir once años, al que siempre le costó hacer amigos. El único que tiene en el pueblo de donde vienen es Bruno, un chiquillo de su edad despierto y alegre, con el que pasaba la mayor parte del tiempo. Ambos tienen un carácter antagónico, y precisamente esa diversidad es la que los había unido: uno aporta la despreocupación y la alegría; el otro la responsabilidad y el sosiego.

La partida había supuesto un duro golpe para él. Allí dejaba una parte muy importante de si mismo. Pero su madre le había explicado que no había otra elección, aunque él no lo entendía.

Bruno lo acompañó hasta la parada del Bus. Caminaron en silencio, con el semblante serio y el brazo de uno sobre los hombros del otro. Antes de subir al autobús se fundieron en un abrazo y las lágrimas asomaron a los ojos de Roque. Bruno lo consoló diciéndole que le escribiría y que en vacaciones podía venir a pasar unos días a su casa.

De rodillas sobre el asiento y la cara pegada a la ventanilla, vio como Bruno corría al lado del autobús agitando ambos brazos. El vehículo ganó velocidad y su imagen se fue haciendo cada vez más pequeña hasta desvanecerse y quedar instalada en su memoria...

 

María se acerca y le levanta la barbilla con suavidad para besarlo. Es entonces cuando se alarma al ver el ojo morado de Roque. Este le cuenta emocionado que Martín, un niño de su clase, no para de meterse con él. Y hoy no pudo aguantar más y respondió a la provocación. Se había peleado, e incluso le llegó a dar algún puñetazo.

Y lo más sorprendente era que ahora tenía un nuevo amigo.

María le reprende muy seria. Le dice que la violencia no es la respuesta, que nada la justifica y que no existe mayor fuerza que la de la palabra.

Pero tiene que girar la cabeza para evitar que Roque vea la sonrisa emocionada que asoma a su rostro, al observar la amoratada felicidad de su hijo.