Debo agitarlo, Oh Cielo, estremecer esta Tierra en un delirio.
Tened piedad de mí, pero permitid que el Mundo se alimente;
Si, en mi locura, hasta que sienta mi propia muerte,
Hasta que se escuche a la hierba crecer sobre mi tumba.
Si me atrevo a gruñir entre el sol y el césped,
A gimotear en un clamor, dadme la gracia de poseer,
Bajo esta lluvia luminosa, bajo las frutas lozanas,
El resplandeciente silencio del desprecio de Dios.
Agradezco al Cielo que las estrellas brillen lejos,
Ya que peregrino en una noche de Ira;
Agradezco que mis lágrimas no perturben a la mariposa,
Ni ser maldecido por el oprobio de cortar una flor.
Los hombres dicen que el sol se ha oscurecido,
Sin embargo, creo que nunca más ha brillado
Como durante aquella tarde del Calvario,
Donde Aquel que fue colgado del Árbol de la Tortura,
Escuchó el eco de los grillos cantando, y se alegró.