Silbo sentado en una piedra
cualquiera de cualquier
camino.
Nadie me escucha...
Estoy en silencio. Perdido
en un edén de pecado.
Si hablara sería solo conmigo.
Los diques que me cobijan
se llenan de ausencia.
Las palabras que brotan
de mí mismo no dicen nada.
No hay oídos al otro lado.
El único eco que acaso resuena
es el de la sangre que corre venas
abajo.
Calibro el peso de un pensamiento.
Soy capaz de medir el hondo de una
duda, que surgiera de repente...
Mi corazón ha sacado el microscopio.
Ya sé cómo reducirme cien gramos...
Es lo que pesa olvidar un mal recuerdo.
Me dicen insistente que salga.
Intenta forzar mi puerta sin llegar siquiera
a dar con la llave.
Podrían arrancarla si quisieran.
Podrían ser dueños del cuerpo
que me puebla, pero está huero como
una fría crisálida, que se sabe ya historia.
No insistan, vuestro mundo quedó a mano
izquierda en la última encrucijada.