Jurar que me lo dijo el gran Tonante
o el viejo Anselmo, contador de historias,
sería una falacia de tintes mitológicos.
Tampoco es un poema sino una confesión,
un deseo quizás... o la ilusión de un viejo
que apunta decidido contra la hoja en blanco.
Pero aquí está el testimonio
hiriendo a barbilucios poetas de salón:
Me gustan los negros como raza,
y más las negras para el amor;
me gustan porque son hermosas
como mi abuelo que tanto las odiaba.
Me gusta la risa de los negros
con su carga de nostalgias y blancura
como un chocar de olas
y ese misterio de selvas africanas,
porque pone la poesía en sus labios
y la magia a flor de piel.
No me hablen mal de los negros
ni de su imaginaria pereza.
Me gustan cuando oran,
cantan y bailan retorciéndose
como serpientes nocturnas
sobre un petate de estrellas.
Me gustan por su fortaleza,
por cruzar a través de los milenios
enfrentando la sevicia de los blancos
y otros animales igualmente feroces.
Que pervivan por siglos y prosperen
sobre todos los rincones del planeta,
que me quieran como yo los quiero,
y para eso, los seguiré queriendo.
Como afirmé al principio:
no es un poema sino una confesión,
sueño de quien vivió con ellos
y como negro con ellos trabajó;
negros que sí saben dónde habita
y canta el heraldo de la felicidad.