Tus ojos humedecieron lentamente el ocaso
y una deidad clavó en la tarde su último decir.
Fuiste hermosa como un añil curado
curado por tus pequeños senos en Abril.
Oculto el dolor en la indigna costumbre de envejecer.
Me has amado para hacerme callo el corazón
y queda aún tu aguja que desteje anocheceres
anocheceres que desnudo como si fueran de mujer.
La tristeza de hoy será la de mañana.
En las pupilas preñadas de espejos sin paisajes
vi a Buenos Aires desde tu balcón desvancer
mientras entraban a tus ojos los rayos de la luna y los celajes.