Ay Malandrín de ilusiones, ahí andas detrás de esa mujer, sin mostrar los dientes ni las uñas, ni las ganas de un roce, de una mueca, por qué no de una sonrisa.
Ahí andas muy lejos por ahora, con los cálculos de las distancias y el tiempo que demora el acercarse cuando se te acabaron las excusas.
Ella sigue sin atención, te habla con una maldita cotidianeidad que te ata las manos, deseas que pierda la cabeza y se caiga entre tus brazos, pero esa mujer conoce la distancia justa entre sus pies y el precipicio.
¡Ay Malandrín! cómo te pesa en la cabeza su simple indiferencia, el acostumbrado gesto que tiene contigo lo ves repetido a diario con los demás… ¡no sos diferente!, no sos en su loca aventura la carta bajo la manga, ni el don Juan invicto, ni mucho menos un sueño a escondidas.
Vos que nunca has escuchado un “no”, andas siempre adivinando sus pasos, con cuidado, sin alejarte mucho sin acercarte demasiado, sabes que en su boca viciada los “no” florecen y se apagan sin ninguna condición.
Malandrín de besos, ya sé que sus formas se han convertido en tu pasatiempo y ríes sin cuidado, pero al final del día apenas y la piensas, evitando ¡qué sé yo!, tal vez que aquella se te vuelva una idea fija en la cabeza.
Te persiguen sus palabras, aquel desfile de ideas a medio cuajar, aquella visión pagana del mundo, te amenaza aquella mueca de fragilidad y sus oscuras nigromancias sobre la felicidad, ese desdén con el que asume la muerte no es fácil de aceptar, te asusta que de alguna forma la llegues a necesitar, no por amor, ni por compañía sino como un vicio, un vicio nada más.
Ah Malandrín, soñarás a oscuras con un encuentro sexual, aquellos huesos entumecidos sobre ella volverían a la vida, aproximas tu boca a su cuerpo y en el instante donde comerás de su pecho, el sueño se esfuma y sólo resta esta simple realidad.
Esa mujer, que a ratos se te antoja y ratos olvidas, frecuentemente está tus ideas, mira Malandrín ella lo sabe, se te esconde y se te acerca como quien juega con su presa.
¿Yo?, yo sólo observo tu comedia.