¿Qué sabes tú
de tristezas?
Si tu vida es
un eterno carnaval.
¿Qué sabes tú de llantos?
Nunca te he visto llorar.
¿Qué sabes tú de pobreza?
Si tu padre es rico.
¿Qué sabes tú de tristezas,
angustias, soledad?
Si siempre has vivido
en la abundancia.
Nunca has pasado hambre,
como yo.
Una herida en mi alma
es lo que hoy yo siento.
Alma...¿cómo es la tuya?
¡Vacía!
¿Hacia quién tienes sentimientos?
¡Hacia el dinero!
Pasaste hace pocas noches
en tu maravilloso coche,
que te regaló tu padre,
casi me atropellaste,
tuve la suerte
que esquivaste mi cuerpo...
Pero escuché tu carcajada,
y la de los que iban contigo.
Tú no tienes alma.
No tienes sangre en las venas.
No tienes corazón.
Funciona a veinte pulsaciones
por minuto...está muerto.
Tú no eres la mujer
que conocí en nuestra juventud.
Los años y tu riqueza,
te han cambiado.
Y yo me siento tan desolado,
tan amargado, tan desesperado...
que tal vez si fuese sordo
y ciego, sería mejor...
Es una locura lo que estoy diciendo.
¡Tú eres la que loco
me estás volviendo!
Pero trataré de tener
temple y orgullo.
No sé qué he de hacer
de mi vida sin ti.
¿Cómo puedo amar
a una mujer como tú?
Fría, indiferente, calculadora,
sin corazón, sin alma...
¡Debo arrancarte de la mía!
¡Tú eres mi herida!
Hombre resignado
siempre he sido.
Desde que te conocí,
amé hasta a esta
vida de mierda
que debemos soportar
los pobres, los sin techo,
los que padecemos hambre
y nos rodea los terrores
de esta miserable existencia.
¡Alcánzame tu mano María,
Madre de Nuestro Salvador!
¡Dios, dame las fuerzas necesarias
para poder seguir viviendo...
en este mundo...!
Perdona mis palabras, Señor...
Ya no tengo
conciencia de lo que digo,
¡por momentos pienso
que voy a enloquecer...!
No juzgues mal mi pensamiento,
Dios mío.
Si tú tanto has sufrido,
¿por qué no acepto
esta vida...de perros...?
Ellos son más felices que yo.
Se conforman con un hueso
de su amo...
¿por qué no me conformo yo
con las enseñanzas que tú
nos das?
Mi alma herida,
por ella, la que no se merece
ni siquiera mi más mínimo amor...
Pero tú conoces mi corazón, Señor...
Siento tu Piedad,
pero ella me falta,
y quisiera...
¡mi Dios, oh Señor de las alturas!,
¿qué hacer, qué actitud debo tomar
ante esta tristeza de mi alma?
¡Cuánta más FE DEBO TENER EN TI!
Me siento con la necesidad
de estar sentado en el suelo,
cubriendo mi rostro
para que los demás,
esos otros pobres desdichados
como yo, no me vean llorar...
¿Y por qué he de llorar, Señor?
Si tengo en mi alma
a tu Madre, y tu presencia...
Una herida en mi alma,
que por ella,
no vale la pena tenerla...
Drechos reservados de autor (Hugo Emilio Ocanto - 26/03/2014)