Se hizo eterna la noche
cuando descendió una estrella
y envolviéndome en su brillo
hizo real mi quimera.
Con todo su resplandor
supo acariciar mi esencia
y con su garbo de Diosa
se impuso por su presencia.
Yo que alejarme intentaba
por no toparme con ella,
me dejé abrazar con fuego
y brasas de su vehemencia.
Quise escapar y no pude
del hechizo de sus llamas,
de su hermosa compañía
... de la ternura de su alma.
Bajó para curar heridas
y hacer el bien con su luz,
para detener sangrías
... para aligerar mi cruz.
No pude resistir su hechizo
que turbaba mi razón
y muy pronto me vi envuelto
en su alocada pasión.
Supieron los cuatro vientos
y musas de la seducción,
que voy pegado a su espíritu
... corazón a corazón.
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Jorge Horacio Richino
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