Antes de tu jaque por el sumidero,
y que te renazcas entre discos viejos,
te empujen las crestas del nuevo oleaje,
y vengas de vuelta de tu último viaje.
Que te rían los laicos vestidos de luto
y lloren las damas de los ascensores
en cuyas caderas conociste el mundo,
o algo parecido cantan tus canciones.
Que te pregunten si las quieres o no
en el asiento de atrás de un coche
y tardes en olvidarlas tanto, como
diecinueve días y quinientas noches.
Porque sea verdad o aunque sea mentira,
te sobran los motivos y las razones,
para atracar, a punta de palabra,
el corazón de la dama de corazones.
Te sigo escuchando, como cada día
sentado en el siete de melancolía,
y viendo pasar trenes se me van los años,
a un cielo cada vez más lejano y más alto.
Perro vandaluz que, en despeñaperros,
dejó el corazón, la piel y los huesos,
quijote rockero de cuero y bombín,
Sabina, Martinez, Ramón y Joaquín.
A Juaquinito, no sea que se vaya y después nos entren las prisas...