Sobre la inmensa planicie,
potente y majestuosa
se levantó la Ciudad de los Dioses.
Sus trazos de belleza y rigor incomparables,
mirando siempre a la calzada de los Muertos,
proyectaron sin temor sus pirámides maravillosas
contra el croquis verdeazul de las vecinas montañas.
Sus plazas rebosantes
albergaron un enjambre multicolor
de sacerdotes y fieles que avanzaban
transfigurados y abstraídos con sus cortejos rituales,
desde viviendas seguras y resplandecientes
hasta la gran pirámide del Sol,
donde doblaban sus plegarias fervorosas,
antes de proseguir su caminata procesional,
con dirección a la plaza de la Luna.
Pese a desconocer los laberintos del mar,
brilló con un fulgor indeclinable
atrayendo numerosos peregrinos
que anhelaban convertirse en dioses.
Difícil precisar quiénes engendraron
tan brillante civilización
y quiénes promovieron la expansión de la ciudad,
prefiriendo el duro entorno volcánico
con sus ricas existencias de obsidiana.
Todo indica una cultura
de asombrosa perfección desde el comienzo,
y nadie puede asegurar que surgiera de la nada.
Sus máscaras de terracota
sugieren el cumplimiento de unos ritos
con sentido alquímico,
recopilados en regiones muy distantes
y llevados al templo principal
donde se yergue aún, histórica y vetusta,
la gran Serpiente Emplumada
con sus leyes esotéricas beneficiando al pueblo,
sin olvidar al dios de la Lluvia
de ojos saltones y mirada inquietante
penetrando abismos y apariencias
más allá de la esperanza en el reseco mundo,
consciente de su origen y destino celestes,
ni el arcaico dios del Fuego
en cuclillas soportando su brasero,
o el rostro del anciano
hundido en el ombligo de la tierra.
Sobre la ruda planicie, potente y majestuosa,
se levantó la Ciudad de los Dioses,
con sus fosas circulares y huesos calcinados,
o limpios y dispuestos en orden no esquelético.
Rostros espiritualizados observando la eternidad
con ojos muy abiertos, más allá de lo visible;
facciones diluidas en la esencia de lo abstracto,
intemporales, definitivas y serenas,
resueltas a expresar su trascendencia cósmica.
El inicio, progreso y destrucción
de la Ciudad de los Dioses
continuarán ocultos como sueños enigmáticos.
El desarrollo espléndido de la capital del Sol
comenzó su descenso hacia la oscura noche
enfermo y agobiado por su propia grandeza.
Hoy las ruinas tejen de piedra los recuerdos
en el valle silente, mientras sus trazos,
lejos del mar y de los peces,
miran la calzada de los Muertos
que proyecta sin temor las pirámides maravillosas
contra el croquis verdeazul de las vecinas montañas.