Tú que siempre me convidas
a ofrecerte lo que es mío,
tú que me invitas a darte
lo mejor que he recibido,
derrámame un poco
de tu luz y de tu sangre,
algo de ese amor eterno
en el que tú nos salvaste.
Ahora me veo a solas
ante un horizonte yerto,
pero sé que tú me esperas
al final de estos desiertos.
Sin embargo, oh Señor,
ni atisbo de tu poder
veo alrededor:
sólo mal y desnudez,
sólo clamor y amargura,
sólo muerte y orfandad.
Mas yo sé y estoy seguro
que al final tú triunfarás:
llegará glorioso el día
en que tu \"Sí\" al Padre
deslumbrará la creación
y se acabarán los males.
Alzarás tu voz
y renacerán los muertos
y estaremos de pie todos,
grandes y pequeños.
Dígnate, Señor de mi alma,
de cara a ese gran día
hacerme humilde y sencillo
para entrar por la salida
de esta angustia, de este espanto,
de esta soledad de muerte.
Dígante Salvador mío
a hacerme ver lo que puedes
y hallaré descanso en tu Corazón
simple como una paloma y fuerte como un león.