Allí donde estén mis afectos estará mi casa.
No dejes para mañana lo que puedas hacer
pasado mañana.
Entre tu casa y la mía sobra la distancia.
De camino a mis asuntos pasé bajo tu balcón.
El sol se encaramaba por el barandal
hasta irrumpir en el salón.
Violines de geranios y peonías ocultaban
los listones tal si fueran árabes celosías.
Pero tú no te asomaste.
Detuve el suceder de pasos para probar
suerte.
Estuve a punto de pronunciar unas notas
que hablasen de mi amor, que nacía.
Pero no me atreví, pudoroso.
El ajeno viandante no tenía por qué enterarse.
Lo que siento por ti es un velo blanco de batista
que se basta a sí mismo, translúcido de necesidad.
Mantuve en formol mis asuntos en la fascinación
del acaso, por si acaso... salías a regar tus geranios.
Pero no saliste, ese día.
Ese preciso día... de Viernes Santo.
Me arranqué del en mí mismo vencido.
El reloj abandonó su dulce mutismo
para reanudar a golpe de manecilla
la melodía de lo recurrente ahíta
de batuta.
Pero se me olvidó el motivo...
Desandé mis pasos a por la agenda
como excusa para tentar al destino.
Pero tú sí estabas, delantal blanco
ribeteado de azul.
Te miré sin verme entre geranios
y peonías, que se cerraban.
Se hacía de noche en tu balcón.
Otro día más, sin sospecharlo, dejé
para mañana lo que pude hacer hoy.