Una vez escuché que venimos a este mundo sufriendo. Cuando salimos del cuerpo de nuestra madre debemos respirar por nuestra cuenta… y nos duele. Nos duele respirar, ¿qué más humano que eso?
¿Cómo puede ser que con los años fuimos reprimiendo ese llanto, tan natural y humano? Soportamos el fuego quemando el bosque de nuestros pulmones y desespera por expandirse por nuestra tráquea hasta salir amargamente por nuestros ojos.
Nos convencimos de que está mal sentir. Está mal demostrar y es condenante hacerlo delante de alguien.
Llorar frente a alguien es de valientes. Es como ir a una guerra sin ningún arma. Totalmente vulnerable. O al menos así lo creo yo… aunque todos acostumbramos a no gritar y aguantarnos. Porque ‘’aguantarse es de valientes’’. Aguantarse es ‘’ser paciente y maduro’’.
Ser valiente es soportar tu vulnerabilidad. Aceptarla. Es venir al mundo llorando y no negarlo, no poner un estigma sobre eso. Es abrir tu piel, mostrar tu alma frente a todos y gritar ‘’Esto soy yo. Soy una persona, y lo padezco. Sufro. Lloro. Estallo’’. Vivirlo pues es lo que somos. El sufrimiento es lo que nos permite crecer. Deshacernos de lo malo nos permite sanar.
Reconocer que no siempre somos fuertes y que no siempre soportamos los altibajos puede ser un golpe al ego, pero no somos dioses todopoderosos, somos simples animales racionales… y todavía no puedo resolver si el razonamiento es bendición o castigo.
No todos somos iguales pero nos une una condición: venimos al mundo de la misma manera y nos depara el mismo final. Es decir, a todos nos dolió respirar alguna vez. También el dolor fue tanto que gritamos… y también todos aprendimos a reprimirlo.
Quizás ya no sabemos bien cómo aguantar el fuego. Quizás es momento de dejarlo salir sin importar qué más se incendie.