I Delicado manjar de Dios, que unió tu boca y la mía y borró la lejanía, de nuestros ansiosos labios. Fundiendo en un beso a los dos, a los dos enamorados, dejando amores pintados, con plumones de colores, donde se visten las flores, con los besos engarzados. II Un beso que enciende el fuego, De esta apacible quimera, Donde aguardas dulce espera, De estos labios en apego. Si apenas hoy cuando llego, Me enerva tu dulce boca, Y cómplice el viento toca, Aquel armonioso canto Y desvanece tu llanto… El silencio que provoca. III Beso de la mujer plena, que pasa callada y sola, como aquella perdida ola, que se muestra tan serena. Por no cumplir la condena, de ver morir en la orilla, aquella tarde en la villa. Con este constante espero, y es porque el beso quïero, que robo esta flor sencilla. IV Nace aroma del rocío, en el germinado beso, donde el amor yo profeso, y bebo el agua del río. donde tu cuerpo fue mío y con placer te concibo, y versos de amor te escribo, a ti y tú beso querido, ahí donde se formó el nido, de nuestro amor tierno y vivo. V En esta esperada tarde, veo tu rostro en el espejo, y es divino este cotejo, del sublime beso que arde. Y me siento tan cobarde, en la coraza de acero, que me aprisiona el espero, de verte libre de pena, y la duda me condena, sin poder decir “te quiero”. VI Beso que en tu boca nace, para morir en mis labios, y descubrir los misterios, de lo que te forma y te hace. Y hoy con mis versos me place, descubrirte bien amada, en rayos de seda atada, a este pecho que te acuna y con esencia de luna, deshojarte en mi almohada. VII Quiero disfrutar y beber el elixir de tu boca, ese licor que provoca, se incendie el tierno amanecer. Donde puedo tocar y ver, tu piel bella del oriente, y crece así de repente, un relámpago rojizo, que es el bello paraíso, de tu cuerpo: flor naciente.