Las lágrimas suelen venir desde algún punto
y se habitúan a llegar a sitios de consuelo.
Hay un período de ineludible sereno donde mojan
y arrastran las penas a puertos infinitos.
A veces basta ese trayecto para alcanzar quietudes
de impensada paz; otras vuelven a su origen y viajan
recurrentemente hasta cumplir el sueño.
Muestran siempre un alma viva, que no ha muerto,
y son en realidad una gracia perdurable
que de la bondad emana.
Las lágrimas vienen de adoloridos puntos
y llegan necesariamente a alturas de consuelo.
De mi libro “Del sentir que reverbera”. 2018 ISBN 978-987-763-458-7