Despertó el siglo veinte, apasionado en la descendencia transformada, haciendo eco en la piedra angular de la vida. La razón estaba en el asombroso desmayo de la creación ante la naciente idea espectacular. En ese escenario y en el origen del hombre, ¡Oh humanidad imperfecta! Cómo envidió Inglaterra a Francia y a Alemania.
Un museo susceptible a las preconcepciones y a la vanidad, a la subjetividad. Todo encajaba con las predicciones de entonces: Mente sobre cuerpo, primero la mente, la mente nos hizo humanos. El oportuno hallazgo de una bóveda y una mandíbula rota, hizo a los diarios estallar en impresiones y artísticos dibujos.
Un abogado, aficionado a los huesos en su tiempo libre, descubrió, entre algarabías, unas piezas bastante singulares, con color cobrizo y antigüedad presumida; exhibieron sin reparos la controvertida criatura imaginada: ¡Fue Inglaterra, fue Inglaterra la madre de los hombres!
Briagos, ensordecidos; como predispuestos y hechizados con vehemencia; con mayor razón, por un diente y otro cráneo (para convencer a todo escéptico) de pronto lo creían, es posible y probable; 2 animales no; era una conexión de especies madre e hija.
La vergüenza durmió cuarenta años.
Era un monstruo, y estaba importunando la genealogía; ya en los dientes se avisaba el engaño, ¡pero pasaron desapercibidos!; por culpa de la criatura infame nadie encuadraba el porqué del hombre. Mientras había joyas de conocimiento añejo en Asia y África, ese monstruo entorpecía el árbol.
Desde los trabajos de un dentista surgió la sospecha ¡Y por fin! Por la fluorina y con un taladro, despejaron el lastre que obstruía un misterio. Decía toda la comunidad -¡Nos engañaron! ¿Fue una broma?-
¿Quién con tanta saña?
La lluvia de sospechas fue llama de los prestigios. Culparon a propios y extraños, pero siempre con un sospechoso indiscutible: ¿Quién sino el abogado?
Había transcurrido mucho tiempo y el recuerdo yacía nuboso en la memoria y en la muerte de los protagonistas. Y, sin embargo, nuestro místico sacerdote evadió toda oportunidad de ilustrar el verano del hallazgo ¿Por qué actuar así, si no es culpable? ¿Cuáles eran sus motivos? ¿Acaso estaba atormentado en el compromiso del confidente? ¿Acaso era la mente misteriosa de sus convicciones quien lo silenciaba?
Mencionar huesos falsos en una novela, encontrar un cofre con tintura y el hombre que malgastó sus días queriendo encontrar más eslabones. El caso no se construye contra ellos.
Desde nuestra cima de tiempo, vemos los pies de la montaña y las infamias de Dawson ven luz primera; resta preguntar ¿Fue el único de Sussex?