Me dijeron las rosas,
me dijeron
que ya no escribía
a sus aromas,
ni al canto del zorzal
por la mañana
cuando el sol
reposa en el rocío.
Que ya hay un vacío
que va
de mis versos a la luna,
sedienta de vocablos
bordados con sus brillos.
A veces las rosas
se vuelven confidentes
y reciben mis postales
lacrimosas
con la misma parsimonia
con que abrazan
la llovizna otoñal por estos días.
Le dije a las rosas que comprendan,
casi siempre mis horas se llenan de barullos
de nietos con carpetas, con apuros,
y con esos celulares que maldigo
porque me quitan el sabor de sus sonrisas.
Otras veces me pierdo en los recuerdos
y vuelvo a ser el niño de los vientos,
con ese pantalón a media pierna,
el dedo más gordo saliendo del zapato
y los cachetes paspados por el frío.
Pero la mayor parte del tiempo
la devoran
los sueños incumplidos que no atrapo,
ya no atrapo tal vez porque ese tiempo
rechaza mi visión entre tinieblas.
Y encima, le dije hoy a las rosas,
me espera la cocina con sus trastos
que hay que restregar. Así de simple.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.