La luna nos miraba envidiosa,
brillaba, como queriendo entorpecer,
la danza de dos cuerpos, majestuosa,
entrelazados, sólo para el placer.
Esa danza tan sensual y fogosa,
de cuerpos desnudos al amanecer,
tan bella, placentera y gozosa,
haciendo nuestros cuerpos estremecer.
Al compás de la música armoniosa,
de los gemidos hasta desfallecer,
exhaustos, en esta magia hermosa.
Y volvemos nuevamente a emprender,
sin pudor, la danza maravillosa,
y la luna, mirando al amanecer.
RAÚL GUSTAVO