Sor Juana Inés de la Cruz,
tu fe y la fe en ti es sublime,
tú tienes el don de la mujer,
escribes, te gusta escribir,
eso es tu aliento, tu delirio,
es tan grata tu lectura
que con el amor y la gloria eterna
te han de venerar;
el tiempo, el tiempo lo dirá.
A veces estás triste,
quieres verdaderamente
conocer tu realidad,
por eso, tu sonrisa,
es un llanto a la verdad.
Por la desalineada mueca de tu cara
el dolor pasa por tus carnes
y recorre los huesos de tu cuerpo,
por eso, ya no sé lo que es el dolor
cuando se te ve así, tan triste.
Para ti, tú que brindaste lo tuyo,
la vida, en tus letras,
el claustro fue tu dolor
por estar incomprendida,
no se entendió el amor de tus escritos.
Lo que brotó de ti
en las hojas desgastadas
donde tu pluma escribió con el corazón,
el amor, siempre va ceñido.
Mujer, Sor Juana Inés de la Cruz,
las velas en ti se iluminarán,
la noche es claridad para ti,
solamente para ti,
porque en ti, el amor,
la pasión, se escapa,
recorre las venas de tu cuerpo
para estallar en tu corazón.
¡Oh mujer que has crecido
para conformarte con lo poco
que has tenido y nada has pedido!
por eso,
¿Quién ha de juzgar tus penas,
las penas que has tenido?
No soy yo quien te juzgará,
pero tampoco te ha de juzgar el olvido,
mujer que de madre has nacido,
Sor Juana Inés de la Cruz,
nunca, pero nunca,
estarás en el olvido.
Un día, allá a lo lejos,
en el tiempo y la distancia,
alguien leerá un poema tuyo
de esas raídas hojas amarillentas
de un viejo libro,
todo cubierto de polvo
de los años pasados,
y te comprenderá…
te comprenderá…
Sor Juana Inés de la Cruz.