Ahora dos manos más ancianas
en los estribos de una misma sepultura,
aquel amor frente al pabellón de las mañanas
con clavos ya oxidados de ternura.
No hay ni habrá epitafios en la piedra
si no alcoholes llorados, ruinas de su imperio,
silencio que deja oír crecer la hiedra
sobre las ánimas de este cementerio.
Amor inhumado sin la misa de dos mortales,
el cáliz que rebalsa ayeres y sedimentos,
y alguien abrazándose a besos epistolares
En agrietada aurora, espejismo sin firmamento.