Desde aquel hechizante promontorio
que forma el pico Vasco de Gama,
veo el vaivén de persistentes olas
que juntan el Atlántico y el Índico
bajo el eterno azul.
Mares, desiertos y montañas,
playas, gargantas y llanuras
constituyen lo que Drake llamó
el más grande y majestuoso cabo
que se pueda mirar sobre la Tierra.
Las nubes se acumulan en sus flancos
como Niágaras celestes,
sin que cubran la ciudad
o el más potente faro del país;
su flora, desde hace varios siglos
atrae a los botánicos del mundo.
Cuando Bartolomé Días llegó a él
creyó descubrir la ruta de las Indias,
empresa que sólo se cumplió
dos o tres lustros después.
Sin embargo, todos ellos coincidieron
en que aquel superávit de belleza
compensaba el afán de su aventura.