¡Qué bella desnudez tocó mis ojos!
Y no era la primigenia hermosura
de la mujer desnuda.
Hube de ver en lejanía, detrás de los años
y del dolor habido.
No fue necesario el desabrigo para encontrar
el brillo del alma expuesta.
Permaneció tersa y suave a pesar del infortunio
y se desnudó para dejar ver su virginal belleza,
jamás hollada;
ni por crueles abandonos, ni por la insidia
que golpearon sus días, ni las soledades
obligadas.
Su alma dolida permaneció bella
y en esa bella desnudez tocó mis ojos
y conmovió mi ser en el inmenso ejemplo
de lo digno.
De mi libro “Del sentir que reverbera”. 2018 ISBN 978-987-763-458-7