Emblanquecieron los cristales a tu paso.
La luz se difumino centelleante, dejando ver
la magnificencia de tu vestido. Sonreías.
No pudiste verme. Fui el gran ausente
aunque estuve cerca, muy cerca de ti.
El sigilo de tus manos me buscaron
en el montón de asuntos fatuos
que llenan el baúl de tus recuerdos.
No soy mas que un cúmulo de papeles
desvencijados, añejos, con olor a moho.
Allí en algún lugar de tu piel
una cicatriz de besos como una cruz quemante
te dirá que un día fui tu amante,
que bebiste de mi boca la miel.
Tierno sortilegio de ósculos
que prendaron en mi la hiel
de viejos odres de nuevas vendimias
recolectadas en tardes de crespúsculos
en que exhaustos bebíamos aguamiel.
No soy mas que marasmo de viejas luchas
taciturno caminante de puentes colgantes
musgo de camino y cuculla de selva
enredada en el laberinto de tu melena.
Puedo llegar a ti en la noche
buscando de tus muslos el derroche
la sábila entumecida de tu pasión
el desborde de los flujos de tu corazón.
Lo mío es acercarme al fuego
es liberar la pasión al primer ruego
tentarme y despertar soñando
que cobijas tu frio en mi meandro.
Aunque pases la vida huyendo
siempre volverás al punto de partida
tendrás un excusa repetida
para soñar que vivimos departiendo.
Si aquel momento no corrí
al ver que partías vestidas de azahares
es porque sentí que morí
al dejar mi amor en los altares.