Hace un tiempo, sin rubor,
me creía un gran poeta,
yo diría, el más mejor,
con una rima coqueta
en dulces versos de amor.
Con vítores y ovaciones
tenía el ego inflamado
y no en pocas ocasiones
los miraba de costado
a poetas sin blasones.
Y me dije que hace rato
por tanto verso bonito
sería de lo más grato,
¡Justicia, tal fue mi grito,
el Nobel del literato!
Me preparé con esmero
para viajar a la Suecia
a reclamar mi dinero,
con una pinta, se aprecia,
miren sino mi ropero:
Pantaloncitos chupines,
zapatos muy bien lustrados,
moñito, los calcetines,
tiradores colorados
y otras cositas afines.
Pero un martes de febrero,
(o de mayo, me da igual),
leí a Paz, Borges, Panero,
Alfonsina, la Mistral,
don Neruda, Blas de Otero,
Jaime Sabines, Delmar,
Benedetti, Amado Nervo,
Cortázar, Etchecopar.
Es por ahí, en lo que observo
que comienzo a sospechar:
Lo mío era muy pequeño,
ellos cielo, yo subsuelo,
ellos fuego, yo ni leño.
No me atrapó el desconsuelo,
guardé mi ropa y mi sueño.
Seguí alegre en mi labor
sin más grande pretensión
que mi verso y su candor
llegue al alma, al corazón,
de usted, querido lector.
Estocolmo es muy hermosa,
me dijo el hermano mío,
gélida, también brumosa.
(Para morirme de frío,
me quedo acá, y a otra cosa)
Derechos reservados por Ruben Maldonado.